Una siesta mató a su gato. Posaban para el lente diurno invariablemente de 4 a 6 de la tarde, en el cheslón del comedor. Una larga fila de puntos amarillos hacían el rayo que calentaba el sueño. Novo miraba de reojo al gato, y el gato a Novo. Para saber que seguía ahí, con su timidez escondida tras los párpados, pero ahí, todavía. Hasta que escampara la tarde. El trato implícito era no moverse; a ninguno le gustaban las caricias del animal de a lado. Pero un día Novo llegó pedo, y paso la tarde con una cruda tan cruel, que se olvidó de sí mismo, y de su compañero taciturno y peludo. Se recostó sobre él hasta asfixiarlo. El gato inmóvil todavía estaba caliente y tierno, cuando Novo vomitó bocabajo, despertó, y encontró el saldo de su gracia.

Comentarios

Entradas populares