SITTING IN THE MIDDLE OF NOWHERE

Hay un lugar en que el tiempo no conoce de relojes, sellos, puntualidades, líneas rectas hacia el final. Es un lugar que define, sin embargo, muy bien los límites de su grandeza o, bien, su pequeñez. Podría considerarse una ciudad, un pueblo, una playa, pero todo inmigrante tarde que temprano termina por saber que se trata de un jardín laberintíco con espacios amplios y abiertos para que quien quiera construya, pinte o perfile sus sueños.
Se ha sabido de gente que no soporta la belleza del lugar y sale huyendo. Se ha dado noticia de locos que fueron atraídos al jardín como moscos a veladora playera. Pero, recorriendo sus intestinos y recovecos puede uno toparse con sus habitantes. Seres imperfectos y callados que caminan siempre mirando un horizonte.
Tantos horizontes hay como miradas. Y quien logra posarse en alguna no necesita dar un paso más para llegar a una zona donde todo está, todo se encuentra...sin necesidad de abrir puertas y cajones. Mirar una mirada es cosa fácil. Lo difícil es integrarse a ella, al ser que la contiene. Para ello hay que integrarse también al mundo de la hormiga que carga una hoja morada de bugambilia, al olor de abedules quemándose lejos en la noche, a ríos de agua delgados que bajan del monte hasta las líneas que separan tus pies, al viento que toca todas las casas, como acariciándolas, al rayo de sol que graba su forma sobre las piedras.
Si mientras intentas aquello puedes hallarte en el silencio, una señal de tu cuerpo te dice que puedes salir de tí mismo a encontrarte con lo ajeno, pero que ya todo será tuyo y tú serás una ínfima parte de las cosas que ocurren en el jardín. Así, sales por donde no hay puertas y entras a hogares donde las ventanas sirven sólo para darse una bienvenida al atardecer.
Los rojos y rosas de los atardeceres te calientan el alma, y cualquier par de ojos se posa en tí sonriendo ya. No sé cómo, pero el tiempo se vive ahí de otra manera. Y esa otra manera es como girar sentado en una esfera inflable grande que te permite ver tu historia, tu ciudad, tu futuro de otra manera, más oscilante e inestable, pero con más emoción en los bolsillos.
Puede haber un diluvio y mariposas volando en medio de él. Puede ocurrir un incendio mientras una vendedora de tamales te convierte en su cómplice. Puede ocurrir en tu vida un vendaval, y no importa casi nada, porque eres tú ya el bálsamo de tus propios dolores.
Entonces tocas con las manos la tierra, y tienes ya un lugar para erigir un sueño abierto. El lugar no es tuyo, pero te pertenece y le perteneces ya casi inexorablemente.
Un canto femenino se oye cercano, pero alrededor no hay nadie. Son las mujeres centauro que cambian con sus crepusculares voces el sentido de las manecillas del reloj.
En ese jardín tic-tac es el ruido de las gotas del llanto emocionado de los floripondios

...tan peligrosos...

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