Ese, mi Rumpelstijen, qué bueno que te apersonaste en carta con preguntas. Me inquieto tanto de namás pensar en responderlas. Lo bueno es no me tengo que atormentar por el por dónde empiezo, sino que más bien así, como vas dando, doy. Y que las preguntas serias tuyas siempre impiden el recuento cronológico, porque estoy perdiendo mi memoria ya tan apenas a mis veintinueve, yo que me creíba la muy-muy, ¿te acuerdas?, que porque lo recordaba todo.

Pus, a lo que nos truje, chenchos: lo primero es no, no aprendí a tender la cama cada día, como pretendí. ¡Ay!, no lo sé todavía, pero parece que sin yo queriendo te pongo mi cuarto como me pone la choya, pero al revés. De veras. Digo yo, porque miro, que mi cama, la ropa y los accesoritos personales se desordenan cuando el corazón me quiere revolver y mi cabeza se resiste. Bien mental que me volví, carnal. Harto. Me canso, me desespero. Ora mismo, esta semana, me he chutado como 24 horas (eso sí, repartidas) de una serie bien gringota, nomás con el pretexto de parar de pensar. Y sí paro, vieras. Cuando le digo off al pagüer del devedé, mismo instante, mi cabeza se enciende. Y, no, pus fíjate que eso nostá tan mal, porque me encantó un tipo bien guapo que sale ahí, y le decía yo al rumei que nunca en mi vida había tenido un sueño sexual así con un artista de la tele que muy guapo. Pero que ese estaba retechulo. Tonces esa noche en lo que iba de la cama del Amigo Fiu-fiú a la mía, pensaba que ora que ando soltera estaría bien buenísimo cambiar el acervo de mis fantasías sexuales. Digo, nomás por renovación completa. Ya te contaré más: ando de mudanzas varias. Total que me acosté contándome la historia de que me tiraba al guapo ese, y que sueño con eso. ¡Puta!, amanecí contenta, relajada. Es que eso es bien chido. La onda de que cuando sueñas no sabes que estás soñando. Yo así ya volé, ya manejé autos, sobreviví como a 4 maremotos, visité una ciudad oscura –llena de viejos—en el fondo del mar, y todos los etcéteras del inconsciente, ese bendito hoyo nuestro de cada día. Tonces, pus, literalmente, me cogí con el guapo ese. Uno más a la lista, ¡ay!, nomás me acuerdo.

Te decía que mental. Y digresiva, como ya sabes. O sea de que pa’ qué me ando por las ramas. Es que no quiero llegar a ningún lugar, ni sé a dónde voy, ni cómo quiero ir. ¿Será por eso que no tiendo la cama? No creo, porque entonces también habría que buscarle explicaciones a cada uno de los pequeños hábitos, sencillitos de la vida, que nomás no puedo agarrar. Doblar la ropa y ponerla en su lugar. Aunque a veces sí, y eso es lo mejor. Tengo unas temporadas buenísimas en que llego exhausta a mi casa y me tiro en la cama requetefeliz porque todo está en su lugar. Pero sé que también esos han sido días, en que hay adentro una incomodidad extraña. Mi (ya te contaré de gu-él, que también te lo perdiste) diría algo así como una “incomodidad metafísica”. Me parece que a más de siete años de escucharle ese concepto, ya me acomoda para decir lo que no me sale con otras.

Por ejemplo, podría decir “espiritual”, pero no juncia. “Almal”, pero no macha. “Sentipensante”, muy mamón. No, pus ya, metafísica, cuando mi cuarto ha estado en orden yo he sentido malestar metafísico. ¡Ah! Pero, ¿qué te crees? Tampoco siempre. Es que nada es para siempre. Hay veces que sí, y veces que no.

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