He pasado horas de trabajo intenso bajo el rigor del sol haciendo un hoyo muy grande en la arena.
Pude combatir la persistencia de las olas acercándose, cada vez más, porque predije el alcance que tendrían después de observarlas toda la mañana. Además tampoco me estaba importando el futuro o la permanencia del agujero. Yo lo que quería era horadar la tierra, aconcavar un espacio, hacerme un huequito en el que cupiera. También quería una tina playera.

Saelo, uno de mis compañeros de viaje, nos veía a mí y a mi compañero de nimia empresa con cara de qué-güeva-me-da, y se tiró pierna suelta sobre la hamaca. Como nosotros íbamos y veníamos, con pala y cubeta, por la botana y la bebida, a platicar y a tomar un poco de sombra de vez en cuando, intercambiábamos con él algunos comentarios.

Él dejó clara su posición: le parecía estúpido que invirtiéramos toda la energía de un día de las vacaciones en hacer un hoyo que al final terminaría por desaparecer. Nosotros de todos modos lo íbamos a hacer, eso no estaba a discusión. Pero yo, necia de las argumentaciones que soy, trataba de hacerle comprender el valor que tienen ciertas acciones que buscan directamente la creación de lo efímero. Le hablé del placer de hacer por hacer, como si se tratase del arte por el arte. También le dije que, desde otra perspectiva, era útil en el sentido de propiciar una interacción social entre dos seres que se aman, sin que hubiera como última finalidad la utilidad; que en todo caso era un bocadillo para el amor.

Él preguntaba, "¿por qué no lo hacen más para acá? Al menos así durará toda la semana que vamos a estar por acá. "Porque la arena es diferente allá, es más rica. Además acá no se va a llenar de agua rico, y no tengo intenciones de hacerme tipo barbacoa. Ni de estar al pendiente de un hoyo --mi hoyo-- en la playa toda la semana (como los dueños de auto, cuando lo estacionan por a'i cerca). Y, últimadamente, yo lo que quiero es hacer el hoyo y no convencerte de la conveniencia de hacerlo, si además ni le quieres entrar."

Total, como es de imaginarse, nos divertimos haciendo el hoyotote. Cabíamos más de dos. Al terminarlo, eso sí, no pudimos lograr llenarlo de agua. Pero nos turnábamos para quedarnos ahí sentados y que el otro fuera a llenar la cubeta y refrescarnos un poco. Fue muy divertido y satisfactorio.

Tuve uno de los mejores atardeceres de mi vida metida en el hoyo. Para las 6 de la tarde ya comenzábamos a padecer cierto ardocillo en nariz, hombros y espalda. Saelo nos miraba indeciso.
Hasta que se atrevió a pedirnos cabida. "Al final, qué bueno que sean tan necios y que no se hayan rendido; ¿puedo meterme?"

Todo lo que pasó después fue que la marea subió, como siempre, e hizo desaparecer el hoyo.

Cuando regresaba hoy nocturna y taciturna recordé esta experiencia. Y me sorprendió la claridad con la que recuerdo casi todos los detalles de ese día. Tengo la certeza de que amé más y mejor al Santi por hacer el hoyo conmigo. También de que horadando así la tierra, con el deseo tan unido a la decisión, y la persistencia suficiente, me pulí. Es decir, que fue una de esas acciones con las que labré mi espíritu, me hice un trabajo.

Hay días aciagos en los que mi existencia pierde sentido para mí. Las preguntas sobre la vida se me agolpan en los momentos de duda y de desidia. Pensar me distrae de hacer. Padezco de obesidad mental. Es un mal grave porque de por sí mi clan es muy sedentario. Criada entre gente que tiene en muy alta estima el trabajo profesional, intelectual, universitario, me ha costado muchas lágrimas darme cuenta del valor del no-pensar. Una vez que duró mucho combatí con vehemencia la idea de que se puede no-pensar, y de que eso es muy bueno. Además, yo no sabía cómo no-pensar, y entons no podía no-pensar. No me daba cuenta de cuando no-pensaba. Y son muchas las ocasiones en que cualquiera no-piensa. Yo de por sí que siempre he sido impulsiva y desbordada. Pero lo más que alcanzaba a ver es que hacía cosas sin-pensar no no-pensando.

Bueno, pues el caso, es que desde que recuperé los arte-oficios del dibujar, iluminar, pintar, bordar y similares, al mismo tiempo que mis lecciones del no-pensar, pude ir viviendo en cuerpo y alma --y dándome cuenta, así que en cuerpo y alma significa también conciencia-- la experiencia del no-pensar al mismo tiempo que hacer.

Hacer y no-pensar. Exige concentración y provoca atención. Descansa las emociones, pues se desapegan de la violencia y la velocidad de los pensamientos. No-pensar no resuelve nada, ni es la panacea, pero ayuda bastante porque te entrena, te mantiene en forma la actividad mental.
No-pensar mientras haces algo es buenísimo. Por eso recordé y reflexioné sobre el hoyo playero.

Cuando ilumino y pinto el qué y el para qué no importan mucho. O, en todo caso, las razones las expuse y las tenía claras ese día del hoyo, a mis 19 años. No he de convencer a nadie de nada. Lo producido puede servir o no servir, resultar bello o feo --a según--, durar o no durar. La experiencia de producirlo talla la forma de lo que uno es, que es siempre ser deviniendo, siendo. Pero uno no es cambio siempre, o sea, cambio loco y sin sus reglas, cambiamos según lo que hacemos. Y creo que cambiamos más según lo que hacemos que lo que pensamos. Y también que lo que hacemos no siempre está vinculado con lo que deseamos, queremos o necesitamos.

Muchas de las cosas que hacemos las hacemos porque otros quieren que las hagamos, queremos o necesitamos hacerlas porque otros opinan, aconsejan, recomiendan, exigen, pagan. Las instituciones también nos moldean. La familia, la escuela, los lugares en que trabajamos. Eso es así. Es tan intenso ese modelado que sí termina por modelarlo a uno. Y a veces uno está re-modeladísimo y ni cuenta se ha dado de quién es, o sea de cómo es uno, y de si le gusta su forma o quiere otra, o si se quiere corregir, y por dónde. Y luego, ¿cómo? o ¿habrá alguien para hacerlo con nosotros o es tarea que uno tiene que hacer sólo solo? Vienen las tantas preguntas, y si uno tiene tiempo, necesidad, ganas y deseo, pues entonces se puede dedicar uno a contestarlas. O no, o resulta igual de estúpido que que tantas cosas absurdas que la mente trabaja. Y ahí, pensando y repensando tanto se pierde el sentido.

Encuentro entonces una pequeña herramienta para la autoayuda en esto de conocerse uno a uno mismo solo y en solitito, sin palabras ni discursos de por medio: no-pensar haciendo o hacer no-pensando. Nuestras mentes ilustradísimas se alimentan de discursos, de imágenes. La vida citadina actual es una permanente exposición a medios que nos hacen pensar, nos obligan a recibir, nos taladrean con lo que yo digo que son los mandatos, consejos, recomendaciones, órdenes y deseos de otros. Compra esto, cómete aquello, come futból, come caca. Otros dicen trabaja, trabaja, trabaja, obedece, obedece, obedece. Hazme caso. ¡Bueno, es una vendimia-mandato que no das crédito!

¿Cuántas ocasiones tenemos para fabricar lo efímero? ¿Cuánto tiempo dedica el ser humano en promedio, en un año (¿o una década?), a hacer algo distinto, para sí, que no sea sólo trabajar-obedecer-cumplir-seguir los deseos y mandatos de otros?

Hay pocas condiciones propicias para la constitución de personas autónomas, libres. Me acuerdo de Castoriadis, que por a'i dice que para que una sociedad sea democrática tiene que tener instituciones sociales que favorezcan la proliferación de individuos autónomos.

La ciudadanía plena es aquella en la que en principio los ciudadanos son "dueños" de sí mismos. ¿Cómo podríamos ser "dueños" de nuestra ciudad y su destino si no nos hacemos cargo de nuestros deseos, o sea de nosotros mismos? Me parece que socialmente padecemos el triunfo cultural del productivismo y el utilitarismo. Ahí el éxito del capitalismo. De ahí la necesidad, entiendo yo, de oponérnosle. Hay más acciones que las tradicionalmente consideradas como 'políticas' y 'económicas' para practicar estrategias de resistencia. Encontrar modos de hacer no-pensando y de pensar no-haciendo me parece una de ellas. El reto que encuentro es socializarlas, o sea, elucidar su sentido, explicar su valor. Ya no puedo hacerlo como lo hice con Saelo aquella vez. Ahora es más difícil. Aunque también más entretenido.

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¿Será que la escritura podría ser también una suerte de hacer no-pensando? ¿Al menos la escritura automática? Y mi propia escritura ¿no es de por sí rete-automática?

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