PRIMERAS NOTAS LICHIAMBULESCAS

Las que siguen son notas sobre la (mi) vida en esta ciudad, con lo que le contiene --tanto mi vida como la (mi) ciudad . Más que una pretensión literaria, tienen una intención medio auto-antropológica (¿se puede ser antropología de unx mismx?), un objetivo filosófico (en el mejor sentido del ejercicio). Pero, sobre todo, quieren purgar algo. Algo que no sé qué es.


i.
De un lado, provengo de una familia muégano, solidaria y amorosa, musical y jolgoriosa,
que organizó sus propias reglas, de alimentación, limpieza y llanto, después de la muerte del padre alcohólico, duro, autoritario.

Presiento que, como cuando nació mi hermano, mis padres dormían a pierna suelta hasta que mi mamá se dio cuenta de que se le había reventado la fuente; entonces hicieron en chinga una maleta, tomaron un taxi, presentaron su carnet, obedecieron órdenes de gente en blanco; mi papá esperó afuera, a sus 27 años, fumando; mi mamá pujó 2 o 3 horas , y nomás nací.

Enfrente del hospital del IMSS en que nací, había un parque con árboles, juegos, fuentes, heladería, tren y caballitos de verdad.

Así que cuando inauguré mi vida fuera del útero afuera ya había muchas cosas organizadas, para empezar una familia; también un poco una ciudad. Desde entonces soy un ser de departamento. Hasta mis cuatro años vivimos en la calle de Monrovia. A los 45 días entré a las filas de la guardería del IMSS, pues mi mamá trabajaba como secretaria, para alimentarme, vestirme, calzarme, y mi papá redactaba y corregía artículos en el Unomasuno.

Llegué hasta acá, con familia, ciudad y seguridad social.

ii. Sé de una amiga que nació con partera, en la casa de la mamá de su mamá, en un pueblo oaxaqueño. Sé de un amigo que nació en las alturas del Hospital Humana (ahora el Ángeles), después de 24 horas de trabajo de parto. Una amiga tuvo a su bebé en una tina de baño, como cualquiera, en el baño de una casa, acondicionada como clínica particular, a unos metros de la Clazada de Tlalpan, con una doctora, una enfermera y sin tanta parafernalia. Ambos se veían tranquilos y rozagantes.

Me pregunto, y la cabeza me da muchas vueltas, ¿cómo se va haciendo tan singular la vida de cada persona, según su particular nacimiento? Me pregunto esto porque por cada ventanta, por cada puerta que veo en esta ciudad, considero que ahí hay una historia. Después, por cada persona, por cada rostro, por cada ser. En las calles, me fijo mucho en la cara de las personas, en sus ropas, sus zapatos, sus gestos, su dentadura, sus manos, su mirada. Me imagino a la gente naciendo, muriendo. Cuando voy en el metro pongo cara de pókar, pero husmeo en los demás. Me hago la que vendo palmeras pero mescojo a uno o dos y voy intuyendo, inventando una historia.

A veces imagino a todos desnudos. Utilizo este ejercicio para pensar cómo podríamos ser más iguales. Nos imagino hambrientos o varados por un gran apagón. Juego a pensar cómo sería una fiesta con toda la gente del vagón, ¿quién pondría la música?, ¿quiénes bailarían?, ¿quiénes serían los borrachos y quiénes los recatados?; a mí con quién me gustaría bailar o platicar... Luego, a veces, me imagino que estamos todos en un curso, en una escuela, aprendiendo algo que nadie de nosotros sabe hacer y que todos podemos aprender, a pesar de nuestra edad, nuestro consancio, nuestro interés. Y me pregunto, ¿quién sería el ñoño que quisiera hablar con el amestro todo el tiempo?, ¿quiénes serían solidario y podrían trabajar en equipo?, ¿quién sería el egoísta? Y así.

iii.
Esta ciudad me avasalla. Me distrae porque me fascina y me espeluzna. Siento como que me traga y me empequeñece. Lucho con ella. Quiero ganarle. Y no sé si hacerlo a punta de gestos amorosos o sí declararle una guerra sin cuartel. No sé cómo luchar con ella. Ni siquiera entiendo cómo es que la sustantivizo tanto. Por qué me la creo que ella es una, única, o que ella es, un ente femenino, devorador, sórdido, cruel. En veces la siento linda y generosa, sobre todo cuando está limpia, vacía, cuando no es como es siempre. La conozco poco. No sé si quiero conocerla más. Pero me atrae la idea. Hay el plan de conocer todos sus parques. Al menos, son los espacios públicos más amables. Las grandes avenidas son terribles. Pero las que tienen camellones me recuerdan la dignidad de una ciudad. He viajado tan pocas veces sobre el segundo piso y los grandes puentes; no tengo auto, y extraño, necesito, una ciudad para peatones, para caminantes y andariegos como yo.

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